La amenaza de los artistas fantasma
¿Por qué deberían llevar audífonos al gimnasio? Una historia de miedo. La verdadera batalla entre la inteligencia artificial y la música.
Últimamente paso más tiempo del que debería en el gimnasio. No había sido un problema hasta que un día, en plena rutina (probablemente de scrollear en el celular), mis audífonos se descargaron y tuve que escuchar la radio del lugar.
Así fue que ocurrió mi lamentable encuentro con ese espectro del futuro.
Entre una lista de canciones comerciales de las que suelen poner para “motivar” a la gente durante el ejercicio, escuché una particularmente mala. Era una composición estereotípica en forma y letra que parecía haber sido hecha, específicamente, para sonar en el gimnasio.
Intenté shazamearla, pero no apareció.
Busqué la letra y YouTube me mostró el resultado: la canción se titula “Las metas claras me guían” y aparece en el canal de un “artista” llamado Enkisoul.
(Acá la pueden escuchar, pero no lo recomiendo).
Aunque en la música de Enkisoul suena la voz de una mujer, se trata de una inteligencia artificial programada por un hombre argentino decidido a compilar lugares comunes de la autoayuda con las fórmulas más gastadas y efectistas del pop latino: un poco de balada pop romántica, un poco de reggaetón de telenovela, un poco de EDM.
Hace unos meses noté que tenía los oídos tapados y tuve que ir al otorrinolaringólogo a que me hicieran un lavado. Escuchar a Enkisoul me hizo extrañar los tacos de cera que me sacaron, pero también me hizo pensar en las implicaciones del uso cada vez más común de “artistas fantasma”, especialmente, en lugares públicos como gimnasios o centros comerciales.
Del término “artistas fantasmas” se habla hace años, pero se usaba, por lo general, de modo homólogo al del “escritor fantasma” (ghost writer) en el mundo editorial.
Básicamente, quiere decir que un escritor hace una obra por encargo que firma otro personaje; usualmente, una celebridad de Internet o un nombre mediático.
En el mundo de la música, además de los bien conocidos casos de artistas como Millie Vanilli (quienes ponían la cara pero no la voz en su música) en los 90, la suspicacia circuló en Internet alrededor de muchos Dj’s en los 2000. Pero esos casos se trataban, antes que nada, de una especie de suplantación de un humano por otro.
Hoy presenciamos un mecanismo más sofisticado y sistemático de generación de fantasmas.
En 2024 empezó a circular el rumor de que Spotify estaba añadiendo artistas falsos a las listas de reproducción funcionales o ambientales.
A final de año conocimos más detalles del caso cuando la periodista Liz Pelly, autora del libro Mood Machine: The Rise of Spotify and the Costs of the Perfect Playlist, publicó en Harpers Magazine una investigación en la que revela el sistema de desplazamiento de artistas reales por artistas falsos.
David Turner había hecho ya un análisis de datos para ilustrar cómo, por ejemplo, en la lista de reproducción "Ambient Chill" de Spotify habían desaparecido artistas conocidos como Brian Eno y su música había sido reemplazada por pistas atribuidas a autores de ficción, pero producidas por Epidemic Sound, “una compañía sueca que ofrece una suscripción a una biblioteca para producción, el tipo de material de archivo que a menudo se usa de fondo en anuncios, programas de televisión o contenidos de video”.
Guiada por esas primeras pesquisas, Pelly viajó a Suecia y descubrió que Spotify no solo tiene asociaciones con una red de empresas de producción musical como Epidemic Sound, sino que tiene acuerdos económicos y un equipo de empleados que trabajan para incluir estas canciones en las listas de reproducción y aumentar el porcentaje de reproducciones totales de música más barata para la plataforma.
El nombre del programa es Perfect Fit Content.
Ya no se trata de la suplantación de un humano por otro. El nuevo uso de autores “fantasma” desplaza a los artistas humanos en favor de empresas que producen música en masa contratando músicos a bajo costo y negándole derechos sobre la obra o programando Inteligencias Artificiales alineadas con los datos del consumo de los usuarios.
Pero el principio del “Perfect Fit Content” va más allá de las prácticas de las plataformas de streaming. En últimas, los acuerdos que hacen con compañías de producción de música genérica en masa como Epidecmic Sound no distan del modelo de acuerdos que hacen con las grandes disqueras: mejores posiciones en las listas y una repartición de regalías más equitativa a cambio de movilizar artistas que atraen usuarios a las plataformas.
Hay un puente claro entre lo que llaman las “playlist funcionales” y los lugares de tránsito en los que suena música funcional para que los transeúntes o visitantes se sientan o actúen de determinada forma.
Es en esos espacios, digitales o físicos, en los que los consumidores no tienen o no les interesa tener control sobre lo que oyen. Solo quieren que los haga sentir bien, que se llene el espacio o que no los espante. Es un tipo de consumo conocido como la shuffle culture: un modo de escucha aleatorio y desinteresado por el contexto del artista.
Previsiblemente, los artistas no solo sean desplazados de las playlists, sino también de espacios físicos, haciendo realidad lo que, a mi juicio, el peligro mayor para la música: que la composición quede en manos de grupos empresariales cuyas obras sean diseñadas simplemente para reducir gastos o implantar mensajes en sus consumidores.
Antes de continuar, unas recomendaciones.
No me molestan ciertos usos de IA o tecnología en la música. Sobre eso hablé en este artículo ¿Necesita la música a la Inteligencia Artificial? y en este otro Chat GPT: del miedo a la revelación de la Inteligencia Artificial.
También colaboré en este artículo de David Luján que recomiendo, a propósito de otro problema real del uso de IA en la música: la suplantación de causas: ¿Quién es el rapero virtual FN Meka y porque es peligroso para la cultura afro?
Peor aún, esa capacidad de producir en masa puede estar en manos de personas como las que programaron Enkisoul. Será música mala, desprovista de emoción humana, motivada por la presión pura por el rendimiento y la eficiencia. Y si bien es cierto que ya hay artistas reales que hacen música de ese tipo, por lo menos proveen al público de la gratificación de ver a un Otro cumplir con las exigencias de una carrera.
Un panorama así reclama políticas públicas que incentiven el uso y promuevan el gasto en comunicación pública de música de artistas reales, aunque la historia reciente nos demuestra que la Ley está rezagada ante la tecnología y tiende a favorecer a las grandes compañías antes que a los artistas.
En el caso más reciente de protesta, unos mil artistas británicos, entre los que se encontraban Damon Albarn, Kate Bush, Annie Lenox y Jamiroquai lanzaron un álbum silencioso reclamando, justamente, por el uso que las empresas de IA pueden hacer de sus canciones.
Promocionaron un disco silencioso titulado Is This What We Want? “en contra de la Ley de Uso y Acceso de Datos que prepara el Gobierno de Keir Starmer, que facilita a los grandes gigantes tecnológicos la posibilidad de sortear los derechos de propiedad intelectual para utilizar todo un caudal de obras en el entrenamiento de nuevos modelos de IA generativa”.
El tracklist de ese disco/protesta sin música trae este mensaje:
Es decir, que no solo los músicos podrán ser desplazados por artistas/bots corporativos que produzcan música motivacional en masa, sino que las habilidades de esos bots podrían ser alimentadas por los mismos artistas que serán desplazados.
Todo esto apunta, además, a una polarización en las tendencias de consumo de música. En un extremo, están los fans implicados en un nivel más íntimo y parasocial con los artistas; en el otro, los consumidores aleatorios y desinteresados.
Sobre esas categorías (fans, fandoms, superfans y comunidades de verdad) hablaré en una próxima entrega de Teoría Pop.
Por lo pronto, una recomendación: si están en Colombia y van al gimnasio Bodytech carguen sus audífonos. Podrían encontrarse a la fuerza con un fantasma.